Soy chilena. Nací el año 1953 en Castro, Chiloé, donde viví mi infancia y adolescencia. Desde 1975 estoy radicada en Estocolmo, Suecia. Soy educadora de Párvulos, jubilada. Profesión que he ejercido desde 1980. He escrito “toda mi vida”. mis poemas han sido publicado en diversas revistas y algunos de ellos traducidos al sueco. Llevo publicados 2 libros de poesía: Despoblada y su sombra, editorial Salto Mortal en 1993 yMitos Intimos,editorial Farolito Rojo Internacional en 2019.
Discutía consigo misma si dejar colgada la camisa limpia y blanca al sereno de la noche o robarse la escena de una antigua película: darle la libertad al viento de sacudir colgada al sol la mancha roja para que los vecinos comprendan y perdonen. Nada de eso ocurrió, entretuvo su tiempo sin medida en observar a la rana dorada y su veneno.
En la oscuridad de esta parte del año y de la geografía, cuando la tierra descansa y nosotros seguimos afanados en nuestras pequeñeces no consuela ni jardín ni sepulturas ni el sol que a ratos se asoma entre las nubes. Es el recuerdo del sonido del agua en el deshielo el recuerdo de veleros ligeros desde lo alto, el saber que las flores que ayudé a germinar están solo dormidas. Este es mi espacio mi mundo pequeñito que ha perdido su rumbo por ahora.
La roca virgen se deja ver entre las flores que imagino de vuelta en primavera. El sabio que lleva, espera su minuto apenas para no permitir el olvido del gotear desde el tejado al compás de los vientos. La roca madre, desde mi jardín, recuerda, ella nunca se pierde, calcula cada paso. Así, en el momento justo, nos llenará de luz desde el jardín. No es el sol, es la roca al contacto del pie quien crea ese milagro. Y podremos retomar el camino tantas veces soñado que lleva a la montaña.
a H.Murakami
Las horas han quedado sin marcas de su paso, capaz apenas en el árbol del patio dejen alguna huella. Las horas pasan apretándose como un cardumen del que solo reconocemos la masa en movimiento. Las horas no dejan tiempo para completar sueños, tan solo pequeñas señales en el árbol que no ayudan al despertar en esta noche. El sol se distrae jugando mas allá del océano. No lo culpen, está ocupado en recoger todas las vergüenzas desparramadas desde los cuatro puntos cardinales y se confundió en luna en el frío que remece tras el portal, las fotos de familia. De allí este estado de vigilia o delirio de arcada, de bocanadas densas en espasmos. Quizás se marque el tiempo en el árbol que lentamente deja caer sus hojas. Ni el cardumen es una masa informe ni cada pez se mueve a ritmo propio, el cencerro que aprisionó las branquias fue concebido desde antes de nacer. Algún día contaremos las horas a golpes de remo sobre la pleamar como una tentativa por deshacer cencerros sin magia a medianoche, entonces, abrazados al latir de la roca dejaremos caer jadeantes nuestros cuerpos en la oscuridad, agradeciendo al sol.
Hay momentos de mucha claridad, como los cristales de hielo que decoran el bosque expuestos al sol después de una nevada. Los ojos se encandilan al brillo de arcos iris dificultan, distraen poder ver más allá. Pero la piel nunca ha dejado espacios a destellos de prismas deshaciéndose al sol. La piel entre las sábanas recolecta sentires se gasta en el contacto, se encoge, se dilata cartógrafos que saben la posición del sol, que conviven con monstruos acechando en los bordes armados de tentáculos, solemne soledad. Los mapas se actualizan antes de amanecer. Hay momentos cuando creemos ver con toda claridad.